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sábado, abril 27, 2024

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Germán Labrador: «Las contraculturas son críticas con el mundo, pero cuando tienen éxito son incorporadas por el mercado»

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Germán Labrador, director de Actividades Públicas del Museo Reina Sofía

El grado de Artes en línea impartido por la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) con la colaboración del Museo Reina Sofía está dando muchos frutos, como la creación de una nueva cátedra y actividades como las jornadas Las formas del pensar, con artistas vinculados al museo, el centro de arte más visitado de España. El director de Actividades Públicas del centro, Germán Labrador, impartió recientemente un seminario para los Estudios de Artes y Humanidades y aprovechamos para entrevistarle. Labrador también es, desde 2018, catedrático de la Universidad de Princeton, país donde ha desarrollado una parte de su carrera académica. Previamente se formó como filólogo y en Estudios Culturales en Salamanca, París y Nueva York.

Los últimos años has vivido entre Estados Unidos y España, dos países muy diferentes en la forma de gestionar y promocionar la cultura. ¿Qué modelo es más efectivo para llevar la cultura a la ciudadanía?

El papel protagonista de las instituciones privadas en Estados Unidos es un fenómeno relativamente reciente. En este país existió un modelo público, tanto en educación como en investigación, que fue líder en el mundo occidental durante la mayor parte de la historia contemporánea. Actualmente, el micromecenazgo tiene un rol muy destacado en la financiación de instituciones culturales públicas, como el medio de comunicación NPR –hay un gran número de ciudadanos que valoran el periodismo independiente–, o los museos nacionales, pues hay un tejido civil ciudadano muy rico que es capaz de impulsar iniciativas de manera autónoma.

En España, durante varias décadas, la cultura ha sido una herramienta para construir consensos sociales, ya que ha seguido una estructura muy vertical. El 15M supuso una revolución y planteó la democratización cultural. Desafortunadamente, ha habido un deterioro de las condiciones de vida en el sector y tenemos un ecosistema cultural muy precarizado y dependiente de las políticas públicas. Por otro lado, hay iniciativas contraculturales fuera del mercado con actividades muy interesantes. Otro rasgo positivo de la cultura en España es la Ley del Libro, que pone los precios bajo control y permite una proliferación de editoriales pequeñas y una gran riqueza editorial, que no siempre encuentras en Estados Unidos. Son ecosistemas demasiado complejos como para compararlos solamente en términos de público-privado.

Durante el antifranquismo, la contracultura tenía un gran protagonismo. Hoy los medios digitales imponen expresiones culturales muy mainstream. ¿Existe aún hoy la contracultura?

Es que tenemos una noción muy restringida de la contracultura, la identificamos con el contexto contracultural de los años sesenta-setenta, que es básicamente la contracultura californiana, que entonces desembarcó en España, con un impacto especial en Cataluña. Pero el término tiene un sentido más extenso. Las contraculturas son las zonas de prácticas culturales que suceden más allá de la intersección entre el Estado y el mercado en la modernidad. Son movimientos en donde se mezclan nuevas herramientas técnicas del capitalismo que son capturadas por la juventud para usos no previstos. La aparición del hiphop en las ciudades norteamericanas de los años ochenta es claramente una contracultura: unos jóvenes que no tenían dinero para comprar instrumentos musicales utilizaron su voz y los tocadiscos para crear música para narrar lo que les estaba pasando. Las contraculturas describen el mundo en una tensión dentro-fuera y con una visión crítica, aunque en sus zonas de éxito sean incorporadas y comodificadas por el mercado.

Desde una perspectiva más contemporánea, internet supuso una ruptura que generó diversos movimientos contraculturales de todo tipo. Hace una generación una contracultura podía durar quince años; ahora tiene períodos más cortos y una relación con el capital diferente. No es lo mismo una contracultura en la época de las redes sociales que en los años setenta, cuando las masas eran anónimas. Pero, en la medida que siga habiendo capital y Estado, seguirá habiendo contraculturas.

¿Qué relación tuvieron las drogas con las contraculturas en la época de la transición?

El franquismo demonizó el hachís en los años setenta, una droga que había pertenecido a los bajos fondos y que estaba vinculada con Marruecos… En los setenta se convirtió en un elemento más de la juventud contracultural para desafiar a la moral franquista, junto con las formas de vestir, la liberación sexual, etc. Las drogas operaban como un catalizador capaz de expresar, en sus usos y en la cultura que se crea a su alrededor, cambios de época. Octavio Paz decía que servían para criminalizar la moral o la cultura de una generación, para marcar a los herejes de la modernidad. Y si la droga de los años setenta fue el ácido y el hachís, en los ochenta fue la heroína, que en el contexto español marcó el cierre de una época. La juventud de los ochenta ve que el nuevo régimen democrático asume amplias continuidades con el régimen anterior y que las utopías –revolucionarias y cotidianas– se quedan sin espacio. La heroína acaba funcionando como un arma de desmovilización generacional. La heroína y el sida sirvieron para cerrar moralmente la época de la transición, para clausurar su energía política.

Además de desmovilizar, también sirven para criminalizar a una parte de la población.

Sí, y no solo las drogas. Hay una serie de estereotipos (el yonqui, el quinqui, la delincuencia juvenil, el terrorismo de ETA…) que operan como herramientas represivas, como fantasmas mediáticos. Son elementos que sirven de chivo expiatorio en un momento de tránsito. Su efecto es el de asentar un cierre moral. Limitan las posibilidades de que la sociedad de la transición rompa realmente con los valores y prácticas heredados de la dictadura.

Sobre la legalización, qué duda cabe que acabaría con la violencia asociada al tráfico. Las personas que han estudiado con un poco de seriedad el asunto creen que la condición imprescindible para que el negocio de las drogas sea tan rentable es su ilegalidad.

Otro de los objetos de su estudio son las violencias ejercidas por los estados. ¿Qué violencias ejercen hoy?

El estado es una estructura que se atribuye el monopolio de la violencia física. Luego hay otras formas de violencia institucional, vinculadas al mercado y al capitalismo. Los estados tienden a ser históricamente continuos, independientemente de si son democráticos o no. Tienen una identidad y una cultura que quieren preservar, unos mitos, unos lenguajes. Aunque, obviamente, un estado democrático tiene estructuras diferentes a los de un estado totalitario, las diferencias en determinados contextos pueden ser difusas. Por ejemplo, en la transición es difícil verificar cuando el Estado deja de ser autoritario y empieza a democratizarse. Además, el Estado es el cuerpo de individuos que lo encarnan, y esas personas no cambiaron en 1978. El aparato policial o judicial siguió siendo encarnado por los mismos funcionarios, que, en algunos casos, tenían un historial de crímenes de estado. Así, personas destacadas en la dictadura continuaban ejerciendo el poder en los años ochenta y no se daban todas las garantías constitucionales. Un ejemplo claro fue la represión al movimiento independentista vasco durante esta época, más allá incluso de la guerra contra ETA. El Estado español no es diferente de otros estados europeos en este aspecto, hay una lógica del Estado que está ligada a la violencia legal y a la violencia paralegal. Cuando uno analiza la continuación de los estados a lo largo del tiempo, no es sorprendente encontrar que están vinculados al ejercicio de la violencia como tradición, como doctrina.

¿Pueden contrarrestarse las narrativas neoliberales desde la cultura?

Buf, esto es muy difícil de pensar. El neoliberalismo no es una narrativa, sino una estructura de la vida. Hay una disociación entre cómo funciona el dinero y el trabajo que realizamos para conseguirlo. ¿Cómo podemos construir formas de vida que nos independicen de nuestros móviles, cuentas de correo electrónico y redes sociales y conseguir mundos vitales más orgánicos y más autónomos? La cultura puede hacerlas imaginables, mostrar la infelicidad del momento en que vivimos, revelar los límites de las promesas neoliberales. La principal promesa del capital es la ausencia de límites, pero no es cierto, vivimos en mundos limitados, nuestros cuerpos lo son, nuestra muerte no puede ser cancelada… Hay narrativas culturales y experiencias que proponen un contrapunto a las fantasías del neoliberalismo, pero claramente ni son dominantes, ni en sí mismas se bastan.

¿Cuál ha sido el enfoque del seminario que ha realizado en la UOC?

El seminario redefine lo que tenemos que poner en valor en relación con la memoria democrática del Estado español. Habitualmente, pensamos en el franquismo, la represión, la Guerra Civil y la transición. Pero hay lógicas de más largo alcance que propiciaron la democracia, como la abolición de la pena de muerte, el derecho a la vida, el habeas corpus (juicios justos), es decir, cuestiones que tienen que ver con el propio Estado de derecho y los derechos humanos (libertad de credo, abolición de la esclavitud…). El nacionalismo de Estado se vincula a borrar estas luchas y al sustituirlas por mitos nacionales (unidad religiosa, legitimidad nacional, conquista de América, la hispanidad…), que sirven para legitimar la violencia en que se funda y que administra al servicio de un capital naciente.

La temática de la charla parte de la investigación para la exposición que he comisariado en La Arquería de Nuevos Ministerios (Madrid), que estará disponible hasta el 23 de julio de este año y que plantea una serie de nuevos recorridos en este ámbito.

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