Al Margen
En Rueda han empezado a tocar las campanas de la iglesia cada vez que nace un niño.
Bonita tradición, sobre todo en los pueblos pequeños, donde todo el mundo se conoce y nacen pocos niños, con lo cual, el toque de las campanas implica que ha nacido el niño de Conchi, la panadera o el de Paqui, la del “Cojo”.
Sí, todavía se puede decir eso en los pueblos. Los motes son de siempre y lo políticamente correcto son tonterías de la ciudad.
Además, lo tradicional en los pueblos era parir a los hijos en casa, con la comadrona, alguna vecina de confianza y el médico. Ese médico que vivía en el mismo pueblo, a tres calles de la tuya y siempre estaba disponible para cualquier eventualidad, con su maletín cargado con las medicinas más básicas y, ¡oh sorpresa!, también llevaba piruletas y Pictolines para los niños a los que súbitamente les había subido la fiebre.
Ese médico que a veces daba un poco de miedo porque nos iba a meter un palo en la boca para ver las anginas y la cosa podría derivar en pánico si luego venía el practicante a ponerte inyecciones.
Pero con Severiano Moreno era todo más relajado, más fácil, más alegre. Seve no daba miedo. Seve era bueno, elegante, guapo y su sonrisa era sanadora. En cuanto le veías te bajaba la fiebre y ya te importaba menos tener que volver al colegio dentro de un par de días.
Como diría Quevedo, “érase un hombre a una sonrisa pegado, érase una sonrisa superlativa…”
Siempre envidié esa sonrisa. Yo quería una igual pero mis dientes eran una vergüenza. Años más tarde, ya con mis prótesis dentales, descubrí que Seve había perdido un hijo. Me lo dijo Efi, su mujer, precisamente en el funeral de mi hija. Desde entonces me planteé que si él ha podido seguir sonriendo, yo tenía que intentarlo. Gracias Seve, por tu ejemplo. Saluda a mi padre y dale una piruleta a mi hija.
Rodrigo V.
Una bella persona. Descanse en paz y sigamos su ejemplo de comportamiento. Serás recordado.