Redacción.-
Dicen que Medina es fea, porque no tiene balcones. Pero tiene unas chavalas que roban los corazones y todo un pueblo unido en torno a una tradición. Historias, leyendas, cultura, hermandad, felicidad y nerviosismo engloban a toda una población que ansía con ganas, año tras año, la llegada del 1 de septiembre. Un día en el cual, bajar a la Plaza Mayor, altera más que un corazón que se deja llevar por la emoción del momento. Un sentimiento por bandera tan grande como la situada en lo alto de la Colegiata de San Antolín. Miradas llorosas, entusiasmadas y eufóricas divisando cómo, a lo alto de nuestra iglesia, en nuestra imponente Plaza Mayor, colocan un emblema que únicamente significa una cosa: el inicio de las Ferias y Fiestas de San Antolín.
Ocho días donde la algarabía no se escapará por ningún costado de la Villa de las Ferias, en el cual los medinenses disfrutarán, pero también transmitirán ese sentimiento al resto. Y es que «ya vienen los forasteros» para disfrutar de nuestras costumbres, de nuestros toros, de nuestras orquestas, discomovidas y charangas, y de nuestras peñas, aquellas que dan color y vida a todo un pueblo.
Pero lo más importante, medinenses, es mimar lo nuestro, nuestras fiestas, valorarlas como se deben y como se merecen, porque no cualquiera tiene el honor de gritar a los cuatro vientos «¡Viva San Antolín!». Un rugido de guerra que congrega a miles de personas. Ya comienzan a presenciarse los toros por las calles de nuestra villa pero, sobre todo, en nuestro Coso del Arrabal. Un municipio que tiene el honor de poseer unos encierros declarados de Interés Turístico Nacional que tantos aficionados taurinos atrae hasta nuestras tierras.
Las mismas que han visto crecer una fiesta durante varias décadas, llegando incluso al 150 aniversario del Patronazgo de San Antolín. Porque, un pueblo sin tradición es un pueblo sin porvenir. La tradición no se hereda se conquista, al igual que lo hacen todos y cada uno de los medinenses en el primero de septiembre. «Porque la verdadera tradición no emana del pasado, ni está en el presente, ni en el porvenir; no es sirviente del tiempo. La tradición no es la historia. La tradición es la eternidad”. Un legado que debemos mantener y cuidar para que siempre suene en nuestras calles «Viva San Antolín!».
