El jueves pasado fue el cumpleaños de mis hermanos. Sí, en plural, porque son mellizos. Entre felicitaciones y chascarrillos sobre lo viejos que nos vamos poniendo, mis hermanas mayores (que no son mellizas) aprovecharon para recordar que los mellizos nacieron por la tarde porque ellas dos, una de nueve años y otra de once, fueron encargadas de irse a pasear con los otros tres hermanos que tenían y no volver hasta que mi padre fuese a buscarlas después del parto que, en aquellos tiempos, se efectuaba en casa.
Así pues, una niña de 11 años y otra de 9 se fueron de paseo con un niño de 6, otro de 3 y un cochecito con otro niño de un año.
– Y cuando volvimos a casa había dos más.
Me imagino la cara de estupefacción de mi hermana mayor ante semejante prole de la que más de una vez tendría que hacerse cargo, aunque solo fuese por motivos de logística.
Emotivos recuerdos hasta que una de mis sobrinas, hija de aquella niña que tenía nueve años en aquel paseo, comentó:
– Jo, mamá. A mí a esa edad no me dejabas ir sola a casa y tú te ibas con tres niños pequeños y no pasaba nada.
– Exacto, no pasaba nada, pero ahora es distinto.
Y uno se pregunta hasta qué punto la sociedad actual ha cambiado tanto en tan poco tiempo.
Mi suegro con 11 años tuvo que ponerse a trabajar porque tenía dos hermanos menores cuando murió su padre y alguien tenía que llevar dinero a casa.
Mi hermana con 11 años tenía que pasear a sus hermanos mientras su madre daba a luz a otros dos más y después mientras daba biberones.
Yo mismo con 9 años llevaba a mis hermanos al colegio y los recogía al salir.
Todo eso ahora sería impensable porque los padres están acojonados y asustan a sus hijos para que no vayan solos a ninguna parte, cambiando su libertad y su responsabilidad por una consola o un móvil. Pero quietitos en casa o ya os llevo yo.
Rodrigo V.
