Vete preparando -me dijo- y me dio un papel con el siguiente texto:
Un día cualquiera de un mes cualquiera, me levantan a las seis de la mañana para ir a consulta al hospital de Medina del Campo. Una de tantas como puedo tener con 95 años (y en mi caso son pocas). Por cierto, la consulta es a las diez de la mañana. Me asean, me dan el desayuno en la Residencia donde estoy y a las siete viene mi hijo para acompañarme en la ambulancia hasta el hospital. En la misma viajan otras dos personas, más las que vamos recogiendo hasta un total de seis. Llegamos al hospital a las nueve y cinco. Falta una hora para la consulta. Hay un señor al que no le acompaña nadie y la ambulancia le deja en el hall con un sobre entre sus brazos. Supongo que son los informes o papeles precisos para la consulta. Allí se queda, solo, hasta que algún familiar venga a pasar consulta con él (o no).
Salgo a las doce de la consulta y mi hijo está muy enfadado porque salió de casa a las seis y media para acompañarme y todavía le faltan dos horas de ambulancia para dejarme en la Residencia y luego volver a su casa, comer y salir escopetado a su trabajo. Así que decide llamar a un taxi adaptado, ya que yo voy en silla de ruedas. Mientras discute por teléfono porque no hay taxi disponible hasta dentro de una hora, yo me quedo mirando al señor “sin familia”, que tendrá que esperar a la ambulancia y tardar dos horas hasta que le dejen donde viva. Desde las 6 hasta las 3 habrá estado sin agua, sin comida, sin cambiar el pañal…
Al final tuve suerte y el taxi llegó en 15 minutos y en otros 20 me dejó en la residencia.
Esta es mi historia de hoy, un día cualquiera de una persona de 95 años que, afortunadamente, he estado en mi casa hasta hace dos meses, pero ahora mis circunstancias han cambiado.
Puede que mañana sea tu historia y serás un mero paquete al que transportar, que provoca molestias, y echarás de menos un trato más humano.
Rodrigo V.
