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sábado, abril 27, 2024

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Don José, el Cervantes que cont? la Navidad

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Obituario

Por José Ignacio Garc?a
Escritor y Coordinador de Contamos la Navidad

Corr?a la primavera de 2009 cuando se nos ocurri? contar la Navidad por primera vez. Por entonces, yo no vivía todavía en Medina del Campo, sino en Portillo; y al hablar del libro que estaba en proceso con el periodista Agust?n D?ez, y de los autores que iban a escribir en ?l, este me sugiri? que invitara a participar en el libro a Don José. Yo le pregunt? si se refer?a al premio Cervantes, y ?l me dijo que s?. Yo no podía salir de mi asombro. Nos habían dado su apoyo algunos de los más grandes de las letras castellanas y leonesas, como Pereira, Elena Santiago, Mart?n Garzo, Puerto, Esquivias, Fernández Casta??n o Sánchez Santiago, entre otros. Pero conseguir la participaci?n de un Cervantes como Jim?nez Lozano me parec?a, simplemente, un sue?o inalcanzable.

A pesar de mi perplejidad, le pregunt? a Agust?n si sab?a c?mo podía contactar con ?l. Y el periodista benaventano me respondi? que era muy f?cil, que buscara en la gu?a telefúnica su número en el listado de Alcazar?n y lo marcara.
Me parec?a incre?ble que el tel?fono de un premio Cervantes se pudiera conseguir de una forma tan sencilla. Pero cuando llegu? a casa, abr? el consultorio telefúnico, busqu? la población vallisoletana, y all? estaba: Jim?nez Lozano, J.

Como era muy tarde, decid? que no eran horas para molestar y pospuse la llamada para la mañana siguiente. Mientras marcaba en el teclado el número que había conseguido en la gu?a, dud? que no hubiera otra persona con el mismo nombre, y tambi?n pens? que, trat?ndose de un premio Cervantes, seguramente me contestar?a un secretario o un mayordomo que me mandar?a a hacer pu?etas, con unas maneras muy educadas, eso s?.

El tel?fono dio varios tonos de llamada antes de que se escuchara una voz masculina al otro lado de la l?nea. Era una voz que me parec?a haber o?do antes en la radio o en la televisi?n. No obstante, me identifiqu? y le transmit? a mi todavía an?nimo interlocutor la intenci?n de hablar con don José Jim?nez Lozano. Con toda la naturalidad del mundo, me respondi? que era ?l. Y entonces me qued? petrificado. Estaba hablando con un premio Cervantes. Y, como me había anticipado Agust?n D?ez, había sido ?muy f?cil?.

Lo dif?cil fue articular palabra a partir de entonces. Tuvo que ser el propio Don José el que me devolviera el aliento, anim?ndome a referirle el motivo de mi llamada, despu?s de proferir una sonora carcajada cuando le dije que me esperaba a un subalterno o a un lacayo, pero no al propio premio Cervantes en persona, cogi?ndome el tel?fono. Mi joven amigo, recuerdo que me aconsej?, hablar es como escribir, pruebe a buscar la primera palabra, que siempre es la más dif?cil, las demás ir?n todas detr?s.

Me cost? seguir su recomendaci?n, pero lentamente recuper? la compostura; y de forma atropellada, tras la primera, como ?l dijo, empezaron a surgir todas las palabras que quer?an escapar a la vez de mi boca. Al final, no sin esfuerzo, logr? organizar las frases y explicarle el origen y el prop?sito de Contamos la Navidad, y su vocaci?n de llegar de manera gratuita a miles de lectores para fomentar el h?bito de la lectura. Don José tard? unos instantes en responder. Cuando lo hizo, me pregunt? si aquella ocurrencia había sido m?a. Le contestá de forma afirmativa, dudando ad?nde quer?a llegar con su pregunta. Qu? l?stima que esta idea no la haya discurrido un ministro de Sanidad, para que llenen de Cultura las salas de espera de los consultorios médicos y entretengan la espera de los pacientes que aguardan angustiados un diagn?stico, manifestá por fin. Y luego acept? encantado la idea de participar en el libro, advirti?ndome, eso s?, de que me enviar?a el relato manuscrito de su pu?o y letra o, como mucho, escrito a m?quina. Cu?ntas veces he lamentado desde entonces no haber conservado el documento original, mecanografiado y con tachones y con rectificados, de El supermercadillo del barrio, que escribi? a prop?sito para ser uno m?s, porque ?l era as? de sencillo y de bueno, de los que contaron la Navidad aquel primer año que no sab?amos ad?nde ?bamos a llegar.

A partir de entonces, lo visit? un par de veces en su casa de Alcazar?n. La primera con el propio Agust?n D?ez, para llevarle sus ejemplares de Contamos la Navidad.
A la entrada, junto a la verja, había un cartel que preven?a a los que llegaban con el lema ??cave canem??; pero el propio Don José nos recibi? y nos dijo que no tuvi?ramos cuidado, que no había ya perro alguno que guardara la finca ni fuera a mordernos, pero que el r?tulo lohabía mantenido porque lo salvaguardaba de hu?spedes inoportunos. La segunda fue unos años despu?s, cuando escribi? el pr?logo de mi libro de relatos ?La sonrisa del n?ufrago?.

En ambas lecciones magistrales, porque eso eran aquellas audiencias, disfrutadas a t?tulo particular en su despacho tapizado de libros, Don José disert? durante horas, sin fatiga ni tregua, y sus explicaciones eran sentencias eruditas, manifestaciones de lucidez, sentidocom?n y sabidur?a, dotadas además de un gracejo y de una iron?a sobresalientes. As?, Jim?nez Lozano lo mismo hablaba del grosor de los ?rboles centenarios que de la antig?edad de los libros que merec?a la pena leer; de la postguerra y sus maestros de escuela que de los arquitectos modernos, que dise?aban edificios tan vanguardistas como inseguros, pero que luego adecuaban s?lidos castillos para residir en ellos, porque esos no se hundían; o aseguraba con ojos de pillo que prefer?a que sus libros no se consideraran ?de culto?, porque se vendían mucho mejor los que escrib?an los incultos. Incluso lleg? a contar una an?cdota sobre un insigne premio del que fue jurado y su ficticio ganador, y hasta ah? escribir?, por si las moscas.
Antes de ir recogiendo velas, no me cansar? de agradecerle, mucho más que el pr?logo que me escribi?, su recomendaci?n para desembarazarme de los innumerables compromisos literarios que por entonces me surg?an y apelmazaban.

En esa segunda visita, cuando bastante azorado le entregu? el manuscrito con mis cuentos que se iba a ocupar de prologar, se interes? por mi actividad cultural y le desgran? los proyectos que organizaba, los ciclos culturales que coordinaba, los libros ajenos que presentaba, etc, Don José me mir? maravillado y replic? que ten?a más compromisos de agenda que ?l y que me estar?a haciendo rico con tanto traj?n. Pero cuando vio mi gesto, comprendi? mi gratuita realidad y me regal? un consejo compartimentado en tres preguntas que desde entonces cumplo a rajatabla. Un consejo que no me ha dado más dinero, pero al menos me ha proporcionado más dignidad y tiempo para ocuparlo a mi antojo y no al de otros.

Nos ha dejado el autor de Sara de Ur, de El mudejarillo, de Un hombre en la raya y de tantas otras novelas, cuentos, poemarios, art?culos y ensayos; se ha ido el pensador, el sabio, el periodista, el hombre preclaro y divertido; el genio que recib?a los más altos galardones como lluvia fina que pasa y que prefer?a viajar en coche de l?nea a Valladolid, porque era más seguro y más barato que hacerlo en automóvil. Nos quedar? siempre viva la obra, y aleteantes en el recuerdo las conversaciones y los consejos de este escritor universal que prefiri? la humildad abulense y rural de Langa para nacer y que descansar? eternamente en esa discreta tierra alcazare?a donde discurrieron muchos años de su vida y se escribieron grandes pasajes de su obra.

Y, para terminar, con la devoci?n que un alumno gris profesa a su maestro rutilante, me quedo con las palabras de Don José que cerraban aquel supermercadillo del barrio con el que cont? nuestra primera Navidad literaria: ??a ver si llego yo a su edad con la alegr?a que usted tiene. Ya me puede ir diciendo d?nde la venden??.

 

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