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viernes, abril 26, 2024

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Maite Garolera: «Las alteraciones cognitivas provocadas por la COVID-19 son leves, pero su repercusión social y económica es muy importante»

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La pandemia de la COVID-19 ha provocado un gran número de casos de lo que se ha denominado covid persistente: personas que manifiestan síntomas sin daño aparente que continúan tiempo después de haber superado la infección aguda. Una parte importante de esos síntomas tiene que ver con alteraciones cognitivas por la posible repercusión directa o indirecta del virus en el cerebro.

El 12 de noviembre, los Estudios de Ciencias de la Salud de la UOC organizaron la jornada Efectos neurológicos y alteraciones neuropsicológicas por COVID-19. En ella se reunieron diversos expertos y expertas para poner en común los resultados de sus investigaciones, que buscan comprender mejor estas secuelas y avanzar en herramientas para su detección y tratamiento. Una de esas expertas fue Maite Garolera, responsable de la Unidad de Neuropsicología y directora del grupo de investigación Cerebro, Cognición y Conducta del Hospital de Terrassa – Consorcio Sanitario de Terrassa. Garolera está al frente del proyecto Nautilus, una iniciativa multicéntrica que busca comprender, caracterizar y aliviar los efectos cognitivos provocados por la COVID-19. Hablamos con ella de los efectos del virus en el cerebro y de la importancia de la COVID-19 persistente, pero también de alarmas que seguramente son innecesarias, de posibles terapias y de los primeros resultados de su proyecto.

Se han llevado a cabo muchos estudios para estimar el número de personas con COVID-19 persistente, pero gran parte de ellos eran de poca calidad, ya que no ha habido una definición clara de los síntomas. ¿Tenemos ya algún dato fiable sobre los efectos cognitivos que puede dejar la COVID-19?

Si ahora miras las bases de datos, hay más de mil artículos sobre el deterioro cognitivo tras la COVID-19. Pero es verdad que hay una mezcla de estudios con metodología muy variada y es difícil llegar a conclusiones. En general, la literatura dice que entre un 10 % y un 15 % de los supervivientes del virus padece COVID-19 persistente, y de estos aproximadamente un 70 % tiene problemas cognitivos. Pero incluso dentro de estos números, hay variaciones según lo que se considere. Lo que sí sabemos es que muchas personas presentan problemas de este tipo.

También se han lanzado muchas hipótesis sobre los mecanismos por los que el virus podría actuar sobre el cerebro: por invasión directa, por la inflamación que genera, etc. ¿Se ha llegado a alguna conclusión?

Seguimos en el terreno de las hipótesis, pero es probable que haya algunos mecanismos compartidos y otros específicos según la persona. En uno de nuestros estudios hemos intentado ver si había diferencias en cuanto al rendimiento cognitivo en función de la gravedad de la COVID-19. Los resultados los hemos presentado en la jornada, aunque aún no están publicados. Lo que nosotros vemos es que hay diferencias según si los pacientes han estado en la UCI, en la planta de un hospital o si lo han pasado de forma leve. En este último caso, en el que se constatan con más frecuencia síntomas depresivos, las personas tienen más dificultades en tareas de memoria y aprendizaje. En ellas, el daño seguramente tiene que ver con el proceso de invasión del virus a través del tracto olfatorio, y especialmente con la inflamación provocada. Pero su situación no es la misma que la de aquellas personas que han estado en la UCI, donde la hipoxia ha podido desempeñar en general un papel importante en el cerebro, y en las que predominan una lentitud ejecutiva y problemas en el procesamiento de la información. En cualquier caso, de momento todo son hipótesis.

Otros virus también pueden afectar al sistema nervioso. ¿Es el SARS-CoV-2 un virus especial?

Sabemos que hay otros virus que pueden tener repercusiones en el cerebro: los de tipo herpes pueden provocar encefalitis en algunas ocasiones, el VIH puede dar lugar a cambios cognitivos, etc. Este virus tiene de especial que es capaz de generar una respuesta inflamatoria potente, lo cual puede dar lugar también a coágulos e infartos cerebrales. Y en el cerebro hay receptores para el virus. No es algo único, ni es ni mucho menos el virus más peligroso que existe, pero es una realidad, y la gran cantidad de personas infectadas ha hecho que tenga mucha repercusión.

En general, la magnitud de los cambios es leve, pero tiene consecuencias importantes. La mayor parte de las personas a las que les sucede son mujeres de entre 30 y 50 años, que están activas y que necesitan un nivel de funcionamiento óptimo, pero que no pueden hacer las cosas como las hacían antes. Esto tiene una repercusión social y económica muy importante. En nuestro estudio hemos visto que el 40 % de las personas con COVID-19 persistente ha visto disminuido su estatus laboral. En las que no lo han tenido, el porcentaje es del 8 %.

En muchos momentos de la pandemia se difundieron mensajes que alertaban del riesgo de que el virus pudiera contribuir al desarrollo de demencias como el alzhéimer. ¿Están justificadas estas alarmas?

No tenemos datos para decir nada de esto porque no tenemos recorrido, no ha pasado el tiempo suficiente. Es algo que debemos tomar en consideración y tenemos la obligación de estudiarlo, pero no hay motivo para generar una alarma social ni tiene sentido hacerlo. Lo que sabemos es que la COVID-19 persistente es una realidad y que tiene una repercusión en la vida de muchas personas. ¿Esto las hace más vulnerables frente a una enfermedad neurodegenerativa? Actualmente no hay ningún dato que lo apoye, más allá de que pueda aumentar el riesgo en personas ancianas y con predisposición, como también pueden hacerlo otros muchos factores.

¿En qué consiste el proyecto Nautilus, que usted lidera?

El Nautilus es un proyecto que cuenta con la financiación de La Marató y que nació hace un año con la participación de hasta 24 hospitales. Incluimos pacientes con COVID-19 persistente y personas que no se habían contagiado en el momento de iniciarse el estudio. Estudiamos su estado cognitivo y emocional, así como su capacidad funcional. De todos ellos recogimos sangre, muestras de microbiota, imágenes cerebrales, determinantes sociodemográficos, síntomas provocados por la COVID-19, etc. Usando herramientas de inteligencia artificial buscamos poder predecir qué personas tienen mayor riesgo de sufrir alteraciones cognitivas y entender el porqué.

Durante la reunión se han presentado ya algunos datos del proyecto. ¿Qué han encontrado hasta ahora?

El proyecto tiene una duración de cuatro años y de momento hemos hecho solo unos análisis iniciales para intentar responder a algunas preguntas. Una era si había diferencias en las alteraciones cognitivas según la gravedad de la COVID-19, como explicaba antes. Otra cosa que hemos visto es que las personas con COVID-19 persistente pueden tener quejas cognitivas o no, pero en el grupo que no manifiesta quejas también se observan alteraciones respecto al grupo de control que no ha pasado la enfermedad. Esto apunta a que puede haber más personas con cambios cognitivos, aunque no lo manifiesten.

También están ensayando un tipo de terapia.

Sí, se trata de un estudio piloto en el que hemos incluido a 24 personas con COVID-19 persistente, de las cuales 13 han seguido una terapia virtual inmersiva con imágenes que envuelven una sala. Esto nos permite desarrollar un programa multimodal que hemos diseñado y que incluye mindfulness, estimulación cognitiva y física. Además, el programa de ejercicios cognitivos y físicos ha sido muy pensado para las personas que sufren estos problemas en concreto. Después de dos meses hemos visto mejoras significativas y considerables, sobre todo en lo que respecta a la memoria. Son pocos pacientes, pero yo llevo muchos años haciendo ensayos y es difícil encontrar estos resultados. No es una cura, pero puede ser efectivo. Ahora acabamos de recibir financiación del Ministerio de Ciencia e Innovación para hacer un ensayo clínico mucho más grande, que nos dará mejores respuestas.

Ahora nos encontramos en una fase muy diferente de la pandemia. ¿Qué mensaje mandaría?

Mi mensaje sería que nos vacunemos, que nos protejamos. Y también que investiguemos, cuidemos y tratemos a las personas con COVID-19 persistente. Debemos tomar conciencia de que estas personas necesitan ser evaluadas y tratadas.

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