Era jueves. El cielo amenazaba con lluvia. Luz fría en el ambiente con tonos azul-grisáceos, como si hubieran estado jugando con el mando de la iluminación led, igual que en los días de calima cuando todo era ocre, pero ahora nos dejaron un día otoñal en vez de uno de primavera. Calles vacías. Comercios cerrados. Terrazas desiertas. Ojos tristes las observan desde la barra. Líneas azules en el suelo sin coches a los que rodear… ¿Dónde están los 20.000 medinenses? ¿En casa? ¿En Valladolid de compras? ¿O ahorrando para pagar el banquete de comunión o las próximas vacaciones?
Desolador paisaje si lo comparas con imágenes de ferias renacentistas de la década pasada. Pero eso todavía no toca. Estamos en unos días “valle” que tienen que preceder a los “picos” que se avecinan en el verano que se esconde tras esas nubes y tardará un poco en aparecer. De momento, los restaurantes ya tienen aforo completo para este mes gracias a la religión. Esa religión que algunos vituperan porque quizás no tengan hijos pequeños a los que les hace ilusión ser protagonistas (y recibir regalos) por el mero hecho de ir a misa vestidos de forma especial.
Luego vendrá junio con su toro de la feria que llenará las calles de jóvenes y no tan jóvenes a pesar de que otros (o quizás los mismos de antes) se quejen de lo “inhumano” que es ver a un toro por el asfalto. En julio empezarán los pueblos de la comarca a celebrar las fiestas de sus patrones (otra vez la religión). Y en agosto volverá, después de dos años, la Semana Renacentista y el avance de San Antolín.
A veces un día triste viene bien para recordar los días felices y anticipar los que han de venir. Eso nos indica que hemos disfrutado alguna vez y que todavía anhelamos hacerlo. O sea, que seguimos vivos. De momento.
Felicidades a todas las madres y a todos los trabajadores. Espero que podamos celebrar ambas cosas muchos años.
Rodrigo V.
